lunes, 17 de diciembre de 2012

Tahrir ruge contra el nuevo Faraón

EGIPTO
Escrito por Ronald León Núñez

En las últimas semanas asistimos a imágenes de cientos de miles de egipcios ocupando nuevamente la emblemática Plaza Tahrir en El Cairo, realizando imponentes manifestaciones en casi todo el país, enfrentándose a pedradas con la policía en las calles y trasponiendo en la capital un impresionante cerco militar compuesto de alambres de púas, tanques y soldados de élite -pertenecientes a la Guardia Republicana- para llegar hasta las puertas del mismísimo palacio presidencial y rodearlo.

Al ver estas escenas se podría pensar que son las mismas de aquella gesta revolucionaria de 17 días y 800 mártires que derrocó al dictador Mubarak el 11 de febrero de 2011. Incluso la consigna más coreada en Tahrir es la idéntica de hace casi dos años: “!El pueblo quiere la caída del régimen!”.

La diferencia es que ahora la clase trabajadora y el pueblo egipcios ya no la gritan contra Mubarak, el odiado dictador entreguista que tumbaron con su lucha revolucionaria, sino contra el presidente Mohamed Morsi y el actual gobierno de la Hermandad Musulmana.

El pacto entre la Hermandad y los militares
Esto es así porque las masas egipcias enfrentan a un régimen político bonapartista y represivo que, aunque sin Mubarak, se mantuvo en lo esencial debido a que la Hermandad Musulmana pactó con la cúpula militar su llegada a la presidencia a cambio de no cuestionar su inmenso poder económico y político.

En este marco, este nuevo estallido popular comenzó cuando Morsi, fortalecido por su destacado papel en la negociación del cese al fuego entre Israel y Hamás, emitió un decreto con rango de “declaración constitucional” que consumaba una concentración casi total de poderes, estableciendo que ninguna decisión presidencial podía ser cuestionada en ninguna instancia judicial. Es preciso tener en cuenta que Morsi ya concentra en su persona el poder ejecutivo y legislativo, después de que la anterior Junta Militar disolvió el Parlamento en junio pasado.

Pero Morsi fue por más. Al poco tiempo de este decretazo anunció que el proyecto de Constitución que la Asamblea Constituyente –compuesta netamente por miembros islamistas– estaba terminado y convocó a un referéndum relámpago para los días 15 y 22 de diciembre con la intención de aprobarlo. 

El borrador de Constitución que Morsi y la Hermandad defienden -con el apoyo de los sectores islamistas más fundamentalistas, conocidos como salafistas-, tiene un carácter claramente bonapartista y represivo, anti obrero y anti huelgas. También atenta contra los derechos de las mujeres y las minorías religiosas, pues se basa en la sharía o ley islámica[1]. El elemento central de este proyecto constitucional es que está hecho a gusto y paladar de la cúpula militar, pues mantiene intactos los enormes poderes y privilegios de las fuerzas armadas en la economía y la política egipcia.

 
Sin dudas este borrador de Constitución es un perfeccionado instrumento para derrotar a la revolución y mantener el régimen bonapartista, sustentado en el pacto de la Hermandad y los militares con el apoyo del imperialismo norteamericano. Aquí es necesario subrayar que la actual arremetida bonapartista del gobierno y régimen egipcios cuenta con la anuencia de Washington, que deliberadamente utiliza a Morsi como elemento de estabilización de la región, como quedó claro en la última agresión sionista a Gaza.

Por todo esto, no es casual que la alta jerarquía de las fuerzas armadas no se haya pronunciado en contra del decretazo y de este proyecto constitucional. La cuestión es que Morsi siempre ha respetado escrupulosamente sus intereses vitales. En sus cinco meses de gobierno, el presidente islámico ha hecho todo lo posible para mantener buenas relaciones con la cúpula militar.

El presidente islamista les garantiza a los generales tres cuestiones que les son fundamentales: a) el mantenimiento de su plena autonomía y discrecionalidad; b) la inmunidad de la Junta Militar por los crímenes y abusos cometidos durante la dictadura hasta la asunción de Morsi; c) la salvaguarda de sus numerosas empresas y propiedades –se estima que la cúpula militar controla no menos del 30% de la economía del país– y el mantenimiento de la alianza con Estados Unidos, que financia directamente a las fuerzas armadas con más de 1.300 millones de dólares anuales, situación que las transforma en el ejército que más subvenciones recibe del imperialismo después del israelí.

Hasta ahora todo esto fue respetado y protegido. De hecho, el borrador constitucional obliga a que el ministro de Defensa sea siempre un militar y otorga a un órgano militar, no al Parlamento, la potestad de elaborar el presupuesto del Ministerio de Defensa, tal como era en tiempos de Mubarak. También mantienen los terroríficos Tribunales Militares para juzgar civiles (activistas sociales y opositores en general) y no niega todo tipo de tortura. En estos días, el propio Morsi autorizó al ejército a detener a cualquier manifestante que lo enfrentaba en las calles.

Los ataques a la libertad de organización y de huelga
La Federación Egipcia de Sindicatos Independientes (EFITU) emitió un comunicado denunciando el decretazo de Morsi y su proyecto constitucional. Sobre lo primero, esta Federación cuestiona: “¿Cómo puede el presidente promulgar leyes, y trabajar para su aplicación, sin que ninguno de nosotros tenga derecho de acudir a los tribunales para impugnarlas? ¿Y si se emite un decreto que prohíba todos los sindicatos que se han creado desde la revolución? ¿Nadie podrá oponerse a ella?”.

Refiriéndose al proyecto de Constitución, específicamente a lo relacionado con los derechos de la clase obrera y su libertad de organización, denuncian: “(…) todos los proyectos que han surgido de la Asamblea Constituyente han sido completamente vaciados de los derechos de los trabajadores, campesinos, pescadores, trabajadores en puestos de trabajo informales. Los artículos que mencionan los trabajadores y la justicia social no comprometen a nadie para su aplicación real, ni al gobierno ni a los patronos. Al mismo tiempo, los proyectos protegen los intereses de los dueños de las fábricas y los directores de las empresas: en la actualidad nos encontramos con patronos que se niegan a pagar los salarios de los trabajadores y los despiden, o dan órdenes de cerrar la fábrica y echar a los trabajadores, incluso cuando han gozado de privilegios y exenciones fiscales. Incluso han obtenido préstamos bancarios y nunca los han devuelto (…)”.
En otra parte de su pronunciamiento, este sector de sindicatos egipcios también se oponen al discurso que realizó Morsi el día 23 de noviembre, en el cual amenazó con que “iba a usar la ley contra la interrupción de la producción o el bloqueo de carreteras, o prohibir por ley las huelgas y sentadas”, además de anunciar la entrada en vigencia de una ley[2] que autoriza al presidente a intervenir los sindicatos, pudiendo incluso reemplazar a los dirigentes actuales.

Estos ataques de Morsi, como parte de una ofensiva bonapartista de conjunto, son una clara respuesta a un creciente accionar obrero en el escenario político egipcio que viene de antes de la caída de Mubarak. Sectores de la clase obrera, como los trabajadores de la fábrica de Mahalla, la más grande dentro de la rama textil, fueron parte de la vanguardia que derrocó al antiguo dictador. Desde que éste cayó, realizaron una serie de luchas y hasta huelgas. En estos días, como continuación de esta lucha, protagonizaron una importante marcha contra las medidas reaccionarias de Morsi.

Esto se da en el marco de que está en curso un rico proceso de reorganización en el movimiento obrero en Egipto, con la fundación de nuevos sindicatos o federaciones. El gobierno de la Hermandad, aliado a los militares, se juega a liquidar este proceso coartando todas las libertades y brechas democráticas que fueron conquistadas con la caída de Mubarak.

Pero aún están lejos de alcanzar este objetivo. La fuerza de las movilizaciones y la entrada en escena de un sector de la clase obrera han obtenido un primer triunfo: Morsi se vio obligado a retirar su decretazo.

!Derrotar a la Constitución de Morsi y los militares!
Sin embargo, Morsi no renunció a su propuesta de Constitución ni al referéndum. Es clara su intención de desviar la lucha al terreno que más favorece a la Hermandad para desviar el proceso revolucionario y “legitimar” su proyecto político bonapartista y represivo: el campo electoral.

Frente a todo este proceso, la oposición burguesa a la Hermandad se agrupó en lo que dieron a llamar el Frente de Salvación Nacional. Este es un frente amplio que abarca a una serie de partidos que se dicen “laicos y liberales” y hasta exponentes del antiguo gobierno de Mubarak. Está liderado por Mohamed el Baradei y el antiguo canciller de Mubarak y ex secretario general de la Liga Árabe, Amro Musa. Pero también está otros personajes, como Hamdin Sabahi, un nacionalista burgués que se presenta como nasserista y que tiene un peso importante en el mundo sindical y algunas agrupaciones juveniles; no por casualidad fue el tercer candidato más votado en las últimas elecciones. En este frente amplio opositor también entraron muchas organizaciones de jóvenes que estuvieron en las plazas desde el comienzo de la revolución, como el conocido Movimiento 6 de Abril.

El frente opositor decidió llamar a votar por el “NO” en el referéndum constitucional.  Estamos completamente en contra de este proyecto constitucional y creemos que la lucha contra el gobierno de la Hermandad y el régimen bonapartista pasa en lo inmediato por derrotar ese proyecto de Constitución que legaliza y legitima el poder de los militares y reafirma todas las ataduras del país al imperialismo.

El combate contra la ofensiva bonapartista se da ahora en las calles y también en el terreno del referéndum. Por eso, manteniendo la más absoluta independencia de clase, sostenemos que es necesario que las organizaciones sindicales y la izquierda apliquen una política de amplia unidad de acción con todos los sectores, incluso burgueses, que estén dispuestos a enfrentar el régimen y la Constitución que lo consolida. Por dentro de este amplio frente contra Morsi y los militares es que debemos combatir a las direcciones burguesas y dar la batalla imprescindible por construir una dirección revolucionaria, pues la actual dirección de el Baradei, Musa, etc., por limitaciones de clase insalvables, es y será incapaz de conducir la lucha hasta el final, como lo demuestra su abertura a negociar tal o cual cuestión sobre el texto constitucional y hasta sobre el mecanismo específico del referéndum con el régimen para desmovilizar todo el proceso.

Al terminar este artículo se ha realizado la primera ronda del referéndum y datos oficiosos dan un triunfo parcial del “SI”, con 57% contra 43% del “NO”. Sin embargo, en el marco de una jornada electoral militarizada con más 120.000 soldados, la nota destacada es el triunfo del “NO” en varias ciudades con importante peso urbano y obrero, como la propia capital, donde el rechazo al borrador de la Hermandad triunfó con 57% de las papeletas. En la segunda ronda, a realizarse el 22 de diciembre, votarán las ciudades rurales del interior, donde los islamistas tienen un peso mucho mayor. De todas formas, aún en la hipótesis de que el proyecto constitucional del régimen sea aprobado en las urnas –que es lo más probable-, se estaría lejos de lograr la legitimidad que pretendía la Hermandad y los militares, dado que hasta ahora existió sólo 33% de participación y existen numerosas denuncias de irregularidades durante los comicios.

La revolución está viva y avanzando
Estas imponentes movilizaciones son una demostración incontestable de que la revolución egipcia no está cerrada ni mucho menos derrotada. Todo lo contrario, continúa viva la llama de la lucha de las masas explotadas y oprimidas, que en estos casi dos años de haber derrocado Mubarak no han visto mejorar sus condiciones de vida ni satisfecho sus aspiraciones democráticas.

Lo más positivo y alentador es que esta nueva ola de movilizaciones revolucionarias se enfrenta directamente contra el gobierno de la Hermandad Musulmana, el partido burgués más fuerte y mejor organizado del país. Esta organización política de 84 años siempre tuvo un fuerte prestigio entre amplios sectores de las masas, incluso a pesar de haber sido uno de los sostenes de Mubarak y de sustentar actualmente su gobierno en un pacto con la cúpula militar asesina.

El crecimiento de la decepción y la oposición popular a la Hermandad tiene que ver con una experiencia directa que las masas están haciendo con su gobierno. El desgaste de la Hermandad es mucho más rápido de lo que se esperaba. Después de asumir el poder hace menos de medio año con alta aprobación popular, ahora vemos a sectores de masas comparando a Morsi con Mubarak o con un faraón moderno y exigiendo en las calles “!Morsi, Morsi, renuncia!”. Esta comparación de Morsi con Mubarak hasta hace poco tiempo era impensable. Ahora es un hecho. En diferentes puntos del país, miles de personas han invadido e incendiado alrededor de 40 locales de la Hermandad.

Esto tiene que ver con que, sumado al hecho de que está más claro que la Hermandad se encuentra en el mismo tren autoritario que los militares, Morsi tiene que aplicar  planes económicos que golpean con dureza el maltrecho nivel de vida del pueblo egipcio. En medio de esta retomada del ascenso obrero y popular, Morsi tuvo que dar marcha atrás –después de haberlo anunciado– de un plan de aumento de impuestos de hasta 50% a productos de primera necesidad, como parte de todo un paquete que el FMI le exige para efectivizar un préstamo de 4.800 millones de dólares.

La principal tarea en este momento es completar el proceso que tuvo como primer triunfo el derrocamiento de Mubarak y avanzar hasta la destrucción total del régimen dictatorial controlado por la cúpula de las fuerzas armadas y sustentado por el imperialismo. Esto también implica, por supuesto, la lucha más decidida contra el gobierno de la Hermandad, uno de los garantes de este régimen.

Destruir el régimen bonapartista egipcio -que ahora gobierna con cara islámica- y conquistar libertades democráticas amplias es una tarea fundamental para que la revolución pueda avanzar hacia un gobierno obrero, campesino y popular que comience la construcción del socialismo en Egipto y la región.

En este sentido, es urgente profundizar la movilización popular exigiendo la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente libre y soberana. Esta lucha será inevitablemente  contra el gobierno de Morsi y de toda la cúpula militar que controla las riendas del poder político y la economía.

Por eso, las movilizaciones por cuestiones democráticas y económicas deben estar colocadas en el perspectiva de derrumbar al gobierno de la Hermandad y el régimen militar y por la inmediata instauración de un gobierno obrero y popular sustentado en las organizaciones sindicales y sociales. Sólo un gobierno con estas características podrá convocar a una Asamblea Constituyente realmente libre y soberana, que refunde el país sobre la base de los intereses obreros y del pueblo, comenzando con la ruptura completa de todos los pactos políticos y económicos que sujetan Egipto con el imperialismo yanqui y con el Estado nazi-sionista de Israel. Sólo un gobierno obrero y de los explotados podrá castigar todos los crímenes de Mubarak y los militares, además de confiscarles todas sus propiedades y enormes fortunas para colocarlas al servicio del pueblo.

La resolución de estas tareas (destrucción del régimen bonapartista, ruptura con el imperialismo y avance hacia la expropiación de los capitalistas) están colocadas en la realidad. La revolución que sacude al norte de África y Medio Oriente, con la reanimación de la lucha palestina, la acentuación de las luchas obreras en Túnez y el comienzo de luchas masivas en Jordania y con el régimen de Al Assad cada vez más aislado por la revolución y la guerra civil en Siria, nos dan motivos para ser optimistas en el triunfo definitivo de la revolución egipcia y en toda la región.

Fuente: LIT CI

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