domingo, 30 de septiembre de 2012

El significado de las protestas en el mundo árabe

En medio del proceso revolucionario que se desarrolla en el Norte de África y Medio Oriente, estalló una impresionante ola de protestas radicalizadas en casi todo el mundo árabe a partir del 11 de setiembre último.



La explosión popular tiene como blanco principal las embajadas y símbolos de poder imperialistas en la región. El elemento detonante fue la circulación de un video, producido en los EE.UU., que ridiculiza a Mahoma y a la propia religión musulmana, presentando a sus adeptos como “inmorales” o gratuitamente violentos. Esta clara provocación fue seguida por otras, como la publicación de caricaturas ofensivas contra el profeta musulmán en un semanario francés y otra revista alemana.


La furia popular fue creciendo de forma incontrolable, al punto de encadenar una verdadera crisis internacional. De forma casi simultánea, las protestas se extendieron a casi 30 países con predominio religioso musulmán, de Túnez a Kuala Lumpur, de Egipto a Yemen. El saldo de los enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas represivas arroja centenas de heridos, detenidos y más de 50 muertos.

Esta situación coloca a la administración de Obama –en plena carrera electoral– y a los nuevos gobiernos árabes, surgidos del derrocamiento de varias dictaduras, en la cuerda floja.



El pico más alto de estas manifestaciones se dio en Libia, cuando en el marco de una multitudinaria movilización, una milicia armada atacó el consulado norteamericano y abrió el paso a una multitud furiosa que entró en el edificio y lo incendió. En este violento incidente murió Christopher Stevens, embajador norteamericano en Libia, además de otros cuatro funcionarios estadounidenses.
Este no es un hecho menor, pues la última vez que un embajador estadounidense fue asesinado cumpliendo funciones fue en Afganistán, hace 33 años. Además, Stevens era un diplomático de importancia, considerado especialista en asuntos relacionados con Medio Oriente y, cuando estalló la guerra civil en Libia, había participado directamente de las negociaciones con el Consejo Nacional de Transición (CNT) y la OTAN.

En Egipto, el mismo día en que ocurrieron estos sucesos en Libia, centenas de manifestantes treparon los muros de la embajada norteamericana en El Cairo y arrancaron su bandera para después quemarla e izar otra con lemas islámicos. En sucesivos choques con la policía de Mohamed Morsi, el presidente perteneciente a la Hermandad Musulmana, hubo un muerto y más de 250 heridos. Al mismo tiempo, en la península del Sinai, donde Morsi desarrolla un operativo represivo conjunto con Israel en contra de supuestos “grupos terroristas” desde principios de agosto, un comando armado atacó un cuartel de la ONU matando a ocho soldados egipcios.
En Túnez cuatro personas murieron y hubo cientos de heridos en protestas similares.

Yemen fue sede de multitudinarias manifestaciones que también cercaron la Legación estadounidense en la capital, Saná, dejando un saldo de 4 personas muertas y otras 15 heridas, tras duros enfrentamientos con la policía local.

En Pakistán, columnas de más de 15.000 personas intentaron llegar al consulado yanqui y, por su paso, incendiaron 20 vehículos, 3 bancos extranjeros y 5 cines. La policía paquistaní disparó balas de plomo y mató a 19 personas y más de 200 resultaron heridas.

Las protestas se dieron también en Irán, Bagdad, India, Marruecos, Gaza, Indonesia, Bangladesh y hasta en Sri Lanka, muchas de ellas con el grito “¡Muerte a América y a Israel!”.

Pero lo que comenzó como una expresión de repudio a los EE.UU., se extendió a las representaciones políticas y comerciales de otros países imperialistas. En Sudán, una multitud atacó las embajadas de Francia y Alemania. En Irán, centenas protestaron contra la embajada que responde a París. 

La ultraderecha echa más gasolina al fuego
La ultra derecha mundial, en especial aquella ligada al fundamentalismo católico, aprovechó la situación para atizar el fuego, tanto por sus profundas convicciones reaccionarias como para diferenciarse de otras expresiones políticas burguesas.

En EE.UU., donde el presidente Obama está obligado a moverse con cautela, su principal contendor electoral, el republicano Mitt Romney, lanzó todo tipo de críticas el día de la muerte del embajador norteamericano en Libia, acusando a Obama de estar más preocupado de no ofender al islam que de defender los “valores americanos” como la libertad de expresión.


De hecho, es tras el escudo de la “libertad de expresión” que se dan las principales provocaciones y ofensas contra los pueblos árabes, todas con un claro corte xenófobo y con el fin de criminalizarlos. Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés, reclamó prohibir el uso en público de velo y kipá y de “todos los signos religiosos”; claro, sin mencionar los símbolos católicos, religión aceptada y promovida fundamentalmente por el imperialismo.
En New York, se dio otro caso escandaloso. Un juez autorizó que diez anuncios que equiparan a los musulmanes con salvajes sean colocados en las paradas del metro. El anuncio, promovido por activistas del grupo “Parar la Islamización de América” y “Defensa de la Libertad Americana”, dice así: “En cualquier guerra entre el hombre civilizado y el salvaje, apoye al hombre civilizado. Apoye Israel. Derrote la Yihad”.

¿Cuál es el carácter de las protestas?
Es evidente que esta impresionante ola de manifestaciones radicalizadas y simultáneas, direccionadas a un objetivo común –las embajadas y símbolos de EEUU–, no se explica solamente por la comprensible indignación que aquella película tan burda pudo causar en las masas musulmanas.

No se puede dudar de que esta serie de provocaciones sólo podían generar una indignación tremenda de las masas seguidoras del Corán, cuyos teólogos más importantes consideran que el sólo hecho de pintar o representar de alguna forma a Alá y a Mahoma es un sacrilegio mortal. En el mundo cristiano, con seguridad, provocaciones similares contra Jesus Cristo o el papa causarían el mismo sentimiento.

No obstante, sin restar la importancia al aspecto religioso, sostenemos que ese no es el motivo de fondo.

La base de las movilizaciones y protestas radicalizadas no tienen el elemento netamente religioso como determinante. Esto puede haber sido el detonante, pero la explicación fundamental de toda esta explosión de rabia popular la encontramos en la explotación y la opresión que el imperialismo impone históricamente en toda la región en general y, en particular, en el rechazo a la ofensiva ideológica del imperialismo –reforzada después del 11 de setiembre de 2001– que pretende fijar la idea de que “todos los árabes son terroristas”.

Las masas árabes tomaron las provocaciones no sólo como un insulto a sus creencias religiosas, sino como una ofensa a sus pueblos y cultura.

Las clases explotadas de esta región tienen una importante conciencia del sistemático saqueo de sus riquezas por parte de las empresas multinacionales y los bancos de los países imperialistas, comenzando por las estadounidenses y europeas. Este saqueo es parte de una histórica política colonialista de las principales potencias económicas que, en los últimos años se profundizó con las invasiones y ocupaciones militares en Afganistán e Irak, con el fin de rapiñar las reservas de petróleo, sumado a todos los efectos catastróficos que provoca la crisis mundial del capitalismo en las economías de la región.

No es casual, entonces, el legítimo odio antiimperialista que sienten las masas árabes. Este sentimiento de repulsión se extiende al Estado nazi-sionista de Israel, a partir del hecho de ser este un enclave militar-político del imperialismo en toda la región, un Estado genocida con un historial de décadas de agresiones militares y de usurpación de territorios de los pueblos de la región, fundamentalmente del pueblo palestino.

La reacción y la política del imperialismo
El gobierno de Obama se distanció del polémico video. Lo hizo a través de varias declaraciones, al punto de pagar espacios publicitarios en siete cadenas de TV paquistaníes.

Pero, al mismo tiempo, advirtió que “ningún acto terrorista quedará impune”. Continuó reafirmando que “Vamos a encontrarnos con muchos retos pero nosotros vamos a seguir defendiendo nuestros valores aquí y en el extranjero. Eso es lo que hacen nuestras tropas, nuestros diplomáticos y nuestros ciudadanos”.

Obama ordenó el envío a Libia de dos buques de guerra y de un grupo de 200 efectivos de élite del cuerpo de Marines. Washington también mandó una fuerza de marines para reforzar la protección de sus diplomáticos en Yemen.

Otra medida de urgencia que tomó el gobierno norteamericano fue la evacuación de todo el personal diplomático “no esencial” de las embajadas de Túnez y Sudán. Igual medida tomó el gobierno de Hollande que, después de prohibir cualquier manifestación de islamistas en Francia, decidió cerrar sus embajadas, colegios y centros culturales en 20 países musulmanes. Alemania y otros países europeos hicieron lo mismo.

En el terreno político, EE.UU. ha intentado reafirmarse en su cínica pose de “aliado” de las revoluciones árabes actuales. Obama intenta apoyarse en lo que ha podido capitalizar de su política de reubicarse frente a procesos revolucionarios como los de Egipto, Libia o Siria, en los cuales pasó de sostén férreo de los dictadores a promover la salida de los mismos cuando mantenerlos era más un elemento de desestabilización que de estabilización de la situación política. Pero todos estos realineamientos y movidas tácticas no borraron de la conciencia de las masas toda la opresión y los crímenes históricos y actuales del imperialismo en la región.

Desde esa ubicación política, Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericana, en un discurso instó a los pueblos árabes a no cambiar “la tiranía de un dictador por la tiranía de la turba”. Clinton expresa con claridad el interés que tiene el imperialismo de que estas revoluciones se detengan en el derrocamiento de los dictadores y no avancen en las medidas anticapitalistas y antiimperialistas.

En este sentido, Clinton comenzó a apretar a los actuales gobiernos surgidos de las revoluciones en la región, instando: “Los líderes responsables de estos países tienen que hacer todo lo que puedan para restaurar la seguridad y traer a la justicia a aquellos que están detrás de estos actos violentos”. Frente a la presión del imperialismo, todos los gobiernos o direcciones burguesas, comenzando por Egipto, Libia y Túnez, han respondido colocándose de forma servil al servicio de “pacificar” las revueltas.

Lo que muestran las protestas
Lo primero que se constata con la onda de explosiones antiimperialistas es que el proceso revolucionario en África del Norte y Medio Oriente continúa en curso, con avances y retrocesos, con desigualdades en lo que atañe a su profundidad y sus ritmos político-militares, en toda la región. Contra aquellos que pretenden separar los procesos, analizándolos de forma fragmentada y no como particularidades de un todo, esta realidad confirma, una vez más, el carácter internacional de este proceso.

Tomando algunos casos significativos podemos ver que en países como Túnez o Yemen, donde el imperialismo y las direcciones burguesas del proceso revolucionario habían dado pasos importantes en la estabilización política de la situación, la realidad aún dista mucho de ese objetivo.

Otra muestra de que ni el imperialismo ni las burguesías árabes pueden dormir tranquilos es, con más claridad, el caso de Libia. Si bien en este país –donde hace ya casi un año se produjo el derrocamiento y la destrucción del régimen de Gadafi a manos de una revolución popular–, tanto el antiguo CNT como el imperialismo consiguieron incorporar sectores de las milicias populares en sus planes de reconstruir el ejército y el Estado burgueses –que fueron destruidos por la revolución– y, por otro lado, consiguieron desviar parte del proceso a través de las elecciones legislativas de junio y la asunción de un nuevo parlamento y primer ministro, es un hecho que existen aún cientos de milicias populares armadas en el país.

Fue una de estas milicias la que protagonizó el ataque a la embajada norteamericana y asesinó al embajador Stevens.

La onda expansiva de ataques a las embajadas norteamericanas ha dejado al descubierto, también, el carácter intrínsecamente contrarrevolucionario de las direcciones burguesas y pro-imperialistas que, debido a la crisis de dirección del proletariado, dirigieron hasta ahora los procesos revolucionarios contra las dictaduras, en la región. Todas estas direcciones, comenzando por la Hermandad Musulmana y pasando por los gobiernos de Libia, Yemen y Túnez, se han apresurado a “pedir disculpas” a sus amos imperialistas por los ataques y manifestaciones, y se han empujado unas con otras por ser las primeras en “garantizar la seguridad” de las propiedades y representaciones diplomáticas de EEUU en sus países, lo que no significa otra cosa que desmovilizar o reprimir las manifestaciones populares. En este sentido, es necesario, al calor de estas y otras luchas, construir una dirección política revolucionaria e internacionalista que conduzca cada enfrentamiento en el marco de un programa consecuentemente antiimperialista y anticapitalista, es decir, socialista.

En Egipto, el caso de la Hermandad Musulmanan grafica esta situación. Después de una primera condena al video, y de la convocatoria –por parte de la Hermandad– a manifestaciones contra la “ofensa al Islam”, Morsi dio marcha atrás a partir de una dura advertencia de Obama contra cualquier tipo de actitud ambigua. El presidente norteamericano le dio a Morsi un ultimátum para detener las protestas de su parte, y declaró que Egipto “no es aliado ni enemigo”. Luego, cuando Morsi cumplió su tarea, Obama le mandó una carta expresándole su “gratitud” por haber “protegido” la embajada yanqui de la acción de las masas.

La realidad es que Morsi y la Hermandad Musulmana, al tiempo que intentan no perder su base mayoritariamente musulmana (que ha derrocado a Mubarak y expresa una enorme bronca contra el imperialismo), hacen de todo para ganar la confianza del imperialismo y de organismos como el FMI y el Banco Mundial que le han prometido sendos créditos.

Estas explosiones populares son altamente progresivas, pues cuestionan instituciones y símbolos de la opresión y explotación colonialistas, en nuestros días capitaneada por Estados Unidos. Son producto y al mismo tiempo estimulan el proceso revolucionario de conjunto, al contrariar la política del imperialismo yanqui y de su enclave militar, Israel, en toda la región. Toda la política actual de pacto del imperialismo con las direcciones políticas burguesas del mundo árabe tiene como objetivo mantener lo esencial de la política de saqueo histórico; esto se ve, por ejemplo en Egipto, en el interés supremo de mantener el Tratado de Paz con Israel y la ayuda financiera al ejército del país. Estas luchas, al cuestionar las representaciones políticas del imperialismo, van en contra –aunque de forma más inconsciente– de todo este orden de cosas.

No sólo esto; colocan también en mejores condiciones la necesidad y la posibilidad de que las masas árabes realicen la experiencia política que precisan para superar a estas direcciones políticas burguesas –religiosas o no– que actúan como freno del proceso revolucionario en curso, como la Hermandad, el gobierno libio o el Consejo Nacional Sirio y los altos mandos del Ejército Libre de Siria.

La realidad demuestra que es que cualquier chispa puede generar incendios mayores o menores. Esto es así porque los problemas estructurales que detonaron la onda de revoluciones en la región no han sido resueltos ni mucho menos.

Pero es preciso ir más allá de las protestas espontáneas y hasta del derrocamiento de las dictaduras, paso fundamental pero parcial. Es necesario defender un programa y una política que exija a los nuevos gobiernos y/o direcciones la ruptura de todos los tratados que atan a estos países con el imperialismo, y la expropiación de todas sus empresas. Porque no hay salida a los problemas estructurales sin expulsar al imperialismo de la región y expropiar a las burguesías nacionales, para así iniciar la construcción del socialismo en todo el mundo árabe.

El proceso revolucionario colocó desde el comienzo el desafío central de profundizar la lucha de las masas hasta la toma del poder por las clases trabajadoras y explotadas, conformando gobiernos de las organizaciones obreras y populares, sin patrones y sin el imperialismo y sus agentes.


Fuente: El significado de las protestas en el mundo arabe, LIT - CI



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