Veinte años después de la Eco-92, Brasil, entre el 13 y el 22 de junio, es escenario de una conferencia ambiental más: Rio + 20
Frente
a la enorme destrucción de la ecología de las últimas décadas, la
posibilidad de cambios climáticos y el agotamiento de los recursos
naturales, la Conferencia va a discutir medios que puedan conciliar el
desarrollo económico capitalista con la preservación ambiental. Pero ¿es
posible algún tipo de “desarrollo sostenible” o “economía verde” bajo
el capitalismo?
Al fin cuentas ¿de quién es la responsabilidad?
En
los últimos años, el discurso de la “sostenibilidad” ganó fuerza e
incluso lo adoptaron los grandes capitalistas. Es común ver propagandas
de televisión de empresas automotrices, mineras y hasta incluso
petroleras vendiendo una supuesta imagen de “sostenibilidad ecológica”.
Un caso reciente fue el fin de la obligatoriedad de los supermercados de
San Pablo de ofrecer bolsitas plásticas, lo que representó una
disminución de los gastos de los empresarios del sector (la tal
“economía verde”). Por otro lado, la basura reciclada en la ciudad
representa solo el 1% del total de residuos recogidos.
También
es común ver supuestos “especialistas’ defendiendo “cambios en los
hábitos de consumo”, la “adopción de pequeños gestos”, entre otras
recetas milagrosas que buscan responsabilizar al individuo de la
devastación de “nuestro planeta”. Están los que llegan a defender un
control mayor de la expansión poblacional, pues el crecimiento
demográfico entraría en conflicto con los recursos naturales, que son
finitos.
Aunque
de orígenes muy distintos, todas esas opiniones tienen un punto en
común: dejan de hacer intencionalmente la crítica de la lógica mercantil
del sistema capitalista. De esta manera transforman a las víctimas de
los impactos ambientales en villanos, en culpables, eximiendo a los
verdaderos responsables.
El capitalismo es el responsable de la devastación
El surgimiento de la sociedad capitalista provocó una separación entre el ser humano y la naturaleza, que comenzó a ser vista como una mera mercadería, objeto de dominación por la ciencia y por la técnica. En las formaciones sociales pre-capitalistas no había esta escisión. En gran parte de la Edad Media, por ejemplo, la naturaleza era vista como “proveedora” de los recursos fundamentales para la supervivencia de los individuos. El hombre era visto como parte de la naturaleza y no por encima o separado de ella.
Con
el capitalismo todo cambió. El ritmo de la producción impone una
apropiación creciente de los recursos naturales, necesarios para la
supervivencia humana, mucho mayor que el tiempo que la naturaleza
necesita para recomponerse. En el capitalismo no se produce para
satisfacer las necesidades humanas, sino para obtener ganancias. Así, la
necesidad de acumulación creciente de capital y ganancia, produce cada
vez más mercaderías. Esto provoca consumo creciente y apropiación
acelerada de la naturaleza. Los ritmos naturales se desarrollan en
siglos, una dinámica incompatible con la producción mercantil, lo que
impone una fuerte e intensa explotación de los recursos naturales
llevando a la ruptura de su dinámica.
Viendo
las consecuencias de la Revolución Industrial, Karl Marx ya alertaba
sobre esa situación, en su libro “El Capital”. Acusaba a la producción
capitalista de “perturbar la interacción metabólica hombre y tierra, o
sea, los intercambios energéticos y de materiales entre los humanos como
su medio ambiente natural – condición necesaria para la existencia de
la civilización. Según Marx, “al destruir las circunstancias en torno de ese metabolismo, esta [la producción capitalista]impide
su restauración sistemática como una ley reguladora de la producción
social, y en una forma adecuada al pleno desarrollo de la raza humana”.
Eso nos remite a otra conclusión: la crisis ambiental desencadenada por
el capital es mucho más una cuestión de supervivencia humana y mucho
menos de supervivencia del planeta.
En
las últimas décadas esa explotación se amplió, especialmente tras la
crisis económica de los años 1970. Para retomar sus tasas de ganancia,
los capitalistas se sirvieron de la globalización y de la liberalización
de los mercados. Así, el saqueo de los recursos naturales por parte de
las multinacionales tomó una dimensión planetaria, producto de la crisis
del sistema. Pero, por otro lado, la lucha contra la expoliación y
destrucción ecológica también ganó una dimensión global, abarcando desde
las reivindicaciones de los pueblos indígenas del Ecuador que combaten
la industria petrolera en la Amazonia, hasta la lucha de los campesinos
de China que resisten a la contaminación de los ríos y del suelo causada
por las industrias.
Un debate necesario
No
se puede separar la lucha ambiental del combate a todos los problemas
estructurales producidos por la sociedad capitalista. Al mismo tiempo
que aumenta como nunca la productividad, el capitalismo también hace
crecer la miseria y la explotación. Actualmente casi mil millones de
seres humanos pasan hambre. En los países periféricos, el 80% de las
enfermedades provienen de la falta de calidad del agua. Según datos de
la ONU, mil millones de habitantes viven en barrios miserables. Mientras
tanto, en el campo, los complejos del agronegocio, controlados por las
grandes empresas, transforman el paisaje.
La
defensa del medio ambiente debe ser parte de la lucha de los
trabajadores por mejores condiciones de empleo, salario y vida. Es una
lucha anticapitalista y antiimperialista y, en esencia, por la
construcción de una sociedad socialista. Una sociedad basada en nuevas
relaciones de producción que puedan establecer una relación equilibrada y
realmente sostenible del ser humano con la naturaleza, “condición
inalienable para la existencia y reproducción de la cadena de
generaciones humanas”, como señalaba Marx.
Pero
esto no significa dejar de lado la lucha presente. La lucha por las
políticas públicas, por legislaciones ambientales más efectivas, por la
protección de especies en extinción, debe hacerse con la convicción del
cambio de la estructura de dominación burguesa.
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