POR SAMUEL P.
SARMIENTO-Partido Socialista de los Trabajadores de Colombia
A mediados del siglo pasado
surgió en América Latina y el Caribe una generación de escritores que rompió
con las dos tradiciones que entonces inundaban las editoriales: el criollismo y
el vanguardismo. Estos narradores – que crecieron en medio de dictaduras,
guerras civiles y la promesa del desarrollo – se distanciaron tanto de la
literatura indigenista y costumbrista como del cosmopolitismo provinciano de
las grandes ciudades de la región.
Gabriel García Márquez
pertenece a esa generación de fundadores de la literatura moderna junto a
Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso, Salvador
Garmendia, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti y otro centenar de escritores que
no tuvieron el mismo reconocimiento editorial. Pero también permitieron el
reconocimiento de escritores anteriores a su generación como Juan Rulfo, Jorge
Luis Borges y Alejo Carpentier.
En el caso del Caribe
Colombiano, por ejemplo, novelistas como Héctor Rojas Herazo y Álvaro Cepeda
Samudio no tuvieron el mismo espacio en la historia de las letras universales
que Gabriel García Márquez pero el Premio Nobel visibilizó autores anteriores
como José Félix Fuenmayor o Manuel Zapata Olivella.
Modernidad al margen
Un material común moldeó sus
letras – las historias cotidianas de sus aldeas, ya sea desde Macondo,
Santamaría o los cafés parisinos – y asumieron nuevas herramientas como el
periodismo literario y la narrativa moderna norteamericana, es especial la de
William Faulkner. Es decir, contaron las historias que pervivían en la
tradición oral, a la luz de la tradición literaria.
La mayoría de estos
escritores no surgieron en los grandes centros urbanos sino en sus márgenes, la
formación Gabriel García Márquez fue tutelada por el periodista Clemente Manuel
Zabala en el diario El Universal de Cartagena junto a Héctor Rojas Herazo y más
tarde en El Heraldo de Barranquilla con Ramón Vinyes y el proclamado Grupo
Barranquilla.
Un ejemplo de lo que el
crítico uruguayo Ángel Rama llamó ‘nuevo regionalismo’ es La hojarasca, primera
novela de García Márquez, publicada en 1955. Es la historia de la muerte de un
médico solitario al que el pueblo se niega a sepultar por no haber atendido los
heridos de la Masacre de las Bananeras. Tres narradores, al mejor estilo
faulkneriano y bíblico, cuentan la historia, que hace claras referencias a la
tragedia Antígona de Sófocles.
Como todo autor, García Márquez
tenía una visión de mundo, la de Gabo se podría resumir en la nostalgia de la
sociedad tradicional que es destruida por el progreso, la crisis de la sociedad
patricia y la soledad de los hombres y mujeres que – desde una casa o una
dictadura – ven decaído su poder. No en vano, después de Macondo – como lo
plantearía en investigador Jorge García Usta – fue la Cartagena decimonónica su
segundo universo ficcional.
Estas novelas mostraron que
la universalidad de las historias no está en el criollismo que limita con la
literatura panfletaria ni el vanguardismo tan vecino del arribismo intelectual.
De allí el valor literario de la generación conocida como el Boom de América
Latina y el Caribe, porque pudieron novelar sus tragedias cotidianas – urbanas
y rurales – desde sus diversas visiones del mundo, sin caer en ninguna de estas
dos tendencias que se planteaban como ‘elitistas’ y ‘populares’ pero que en
realidad obedecían a tradiciones orales y escriturales a espaldas de la
modernidad literaria.
A la izquierda de Gabo
Más allá de su obra, Gabriel
García Márquez, como la mayoría de estos escritores, profesó simpatías con los
gobiernos progresistas y reformistas de América Latina y el Caribe, emprendió
campañas solidarias y puso su voz al servicio de estas causas. Gabo fue
fundador de la Revista Alternativa y del Comité de Solidaridad con los Presos
Políticos, tuvo que exiliarse en varias ocasiones, primero por las
persecuciones del gobierno de Turbay Ayala y después por la inseguridad del
país cuando sentía que podía ser secuestrado.
El pasado 17 de abril
conocimos la noticia de su fallecimiento en Ciudad México y su nombre inundo
otra vez los titulares de la prensa internacional. Su amistad con mandatarios
como Fidel Castro o Bill Clinton, sus logros editoriales, la precaria situación
de su natal Aracataca y su ascenso económico le han valido críticas desde
muchas orillas.
Una parlamentaria de extrema
derecha vinculada al sector ganadero, principal responsable del paramilitarismo
en Colombia, María Fernanda Cabal, comentó en una red social una foto de García
Márquez junto a Fidel Castro: ‘Pronto estarán juntos en el infierno’. De igual
manera ha recibido críticas desde otros sectores por su fortuna y por no haber
utilizado sus influencias para solucionar los problemas de Aracataca.
Pero la importancia de la
obra de Gabriel García Márquez y de su generación, como escritor y como
periodista, no sólo consiste en mostrar una ‘realidad’ de nuestros pueblos sino
en haber sacado la literatura continental del parroquialismo literario en que
la sumían el criollismo y el vanguardismo, entre las denuncias del realismo
socialista local y las nostalgias telúricas escritas desde las capitales, por
una orilla, y los divertimientos cosmopolitas de la intelectualidad que vivía en
sus frías torres de marfil, por otra. Porque a los escritores, a los artistas,
les podemos pedir ‘corrección política’, pero siempre será más trascendental
para la humanidad su obra.
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