martes, 22 de abril de 2014

A la izquierda de Gabriel García Márquez

POR SAMUEL P. SARMIENTO-Partido Socialista de los Trabajadores de Colombia


A mediados del siglo pasado surgió en América Latina y el Caribe una generación de escritores que rompió con las dos tradiciones que entonces inundaban las editoriales: el criollismo y el vanguardismo. Estos narradores – que crecieron en medio de dictaduras, guerras civiles y la promesa del desarrollo – se distanciaron tanto de la literatura indigenista y costumbrista como del cosmopolitismo provinciano de las grandes ciudades de la región.

Gabriel García Márquez pertenece a esa generación de fundadores de la literatura moderna junto a Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso, Salvador Garmendia, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti y otro centenar de escritores que no tuvieron el mismo reconocimiento editorial. Pero también permitieron el reconocimiento de escritores anteriores a su generación como Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier.

En el caso del Caribe Colombiano, por ejemplo, novelistas como Héctor Rojas Herazo y Álvaro Cepeda Samudio no tuvieron el mismo espacio en la historia de las letras universales que Gabriel García Márquez pero el Premio Nobel visibilizó autores anteriores como José Félix Fuenmayor o Manuel Zapata Olivella.

Modernidad al margen

Un material común moldeó sus letras – las historias cotidianas de sus aldeas, ya sea desde Macondo, Santamaría o los cafés parisinos – y asumieron nuevas herramientas como el periodismo literario y la narrativa moderna norteamericana, es especial la de William Faulkner. Es decir, contaron las historias que pervivían en la tradición oral, a la luz de la tradición literaria.

La mayoría de estos escritores no surgieron en los grandes centros urbanos sino en sus márgenes, la formación Gabriel García Márquez fue tutelada por el periodista Clemente Manuel Zabala en el diario El Universal de Cartagena junto a Héctor Rojas Herazo y más tarde en El Heraldo de Barranquilla con Ramón Vinyes y el proclamado Grupo Barranquilla.

Un ejemplo de lo que el crítico uruguayo Ángel Rama llamó ‘nuevo regionalismo’ es La hojarasca, primera novela de García Márquez, publicada en 1955. Es la historia de la muerte de un médico solitario al que el pueblo se niega a sepultar por no haber atendido los heridos de la Masacre de las Bananeras. Tres narradores, al mejor estilo faulkneriano y bíblico, cuentan la historia, que hace claras referencias a la tragedia Antígona de Sófocles.

Como todo autor, García Márquez tenía una visión de mundo, la de Gabo se podría resumir en la nostalgia de la sociedad tradicional que es destruida por el progreso, la crisis de la sociedad patricia y la soledad de los hombres y mujeres que – desde una casa o una dictadura – ven decaído su poder. No en vano, después de Macondo – como lo plantearía en investigador Jorge García Usta – fue la Cartagena decimonónica su segundo universo ficcional.

Estas novelas mostraron que la universalidad de las historias no está en el criollismo que limita con la literatura panfletaria ni el vanguardismo tan vecino del arribismo intelectual. De allí el valor literario de la generación conocida como el Boom de América Latina y el Caribe, porque pudieron novelar sus tragedias cotidianas – urbanas y rurales – desde sus diversas visiones del mundo, sin caer en ninguna de estas dos tendencias que se planteaban como ‘elitistas’ y ‘populares’ pero que en realidad obedecían a tradiciones orales y escriturales a espaldas de la modernidad literaria.

A la izquierda de Gabo

Más allá de su obra, Gabriel García Márquez, como la mayoría de estos escritores, profesó simpatías con los gobiernos progresistas y reformistas de América Latina y el Caribe, emprendió campañas solidarias y puso su voz al servicio de estas causas. Gabo fue fundador de la Revista Alternativa y del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, tuvo que exiliarse en varias ocasiones, primero por las persecuciones del gobierno de Turbay Ayala y después por la inseguridad del país cuando sentía que podía ser secuestrado.

El pasado 17 de abril conocimos la noticia de su fallecimiento en Ciudad México y su nombre inundo otra vez los titulares de la prensa internacional. Su amistad con mandatarios como Fidel Castro o Bill Clinton, sus logros editoriales, la precaria situación de su natal Aracataca y su ascenso económico le han valido críticas desde muchas orillas.

Una parlamentaria de extrema derecha vinculada al sector ganadero, principal responsable del paramilitarismo en Colombia, María Fernanda Cabal, comentó en una red social una foto de García Márquez junto a Fidel Castro: ‘Pronto estarán juntos en el infierno’. De igual manera ha recibido críticas desde otros sectores por su fortuna y por no haber utilizado sus influencias para solucionar los problemas de Aracataca.

Pero la importancia de la obra de Gabriel García Márquez y de su generación, como escritor y como periodista, no sólo consiste en mostrar una ‘realidad’ de nuestros pueblos sino en haber sacado la literatura continental del parroquialismo literario en que la sumían el criollismo y el vanguardismo, entre las denuncias del realismo socialista local y las nostalgias telúricas escritas desde las capitales, por una orilla, y los divertimientos cosmopolitas de la intelectualidad que vivía en sus frías torres de marfil, por otra. Porque a los escritores, a los artistas, les podemos pedir ‘corrección política’, pero siempre será más trascendental para la humanidad su obra.

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